miércoles, 11 de febrero de 2015

CUANDO LA VERDAD LLEGA DEMASIADO TARDE

Cualquier abogado criminalista puede explicarle que nunca se puede saber cuál será la decisión de un jurado. Debemos suponer que en la vasta mayoría de los casos sus decisiones son correctas, pero tenemos pruebas de que algunos jurados han cometido terribles errores.
El 21 de mayo de 1939, Walter Dinivan se despertó como cualquier otra mañana de su existencia de retirado. La vida era dulce. Walter había hecho dinero como garajista y se había comprado una villa de buen tamaño en Bournemouth, Inglaterra, Le encantaba recorrer sus extensos jardines.


La casa era grande y Walter la había dividido en dos pisos. Dos ancianas ocupaban el piso alto, mientras que Walter, viudo, compartía el primer piso con su nieta.
El día en cuestión, el nieto de Walter miembro  de la Marina Real, visitaba a su abuelo. Walter estaba encantado e insistió en que el joven pasara allí la noche del 21. Ese día el anciano disfrutó de un viaje a Lullworth Cove con sus dos nietos. A su regreso, tomaron el té. Los dos jóvenes dejaron la villa a las 7:15 p.m. para ir a un baile.

Walter Dinivan se sentó en su asiento favorito, frente al hogar del salón, dispuesto a pasar una noche tranquila en su casa. A las 11:45 p.m.  regresaron sus dos nietos del baile. Les sorprendió encontrar completamente cerradas todas las puertas de la casa. Su abuelo les había asegurado que dejaría entreabierta una puerta para ellos.
Finalmente al no responder nadie a sus llamadas, el nieto Walter rompió el cristal de la puerta principal y, cuando entró en la casa, vio que su abuelo yacía en un charco de sangre frente al hogar. Había sido golpeado repetidas veces en la cabeza con un objeto contundente. Walter se encontraba todavía con vida, pero murió al día siguiente.
La autopsia indicó que el anciano había sido golpeado diez veces en la cabeza. También había evidencia de intento de estrangulación.

Se pidió a Scotland Yard  que ayudara en el caso. La escena del crimen parecía salida de una novela de ficción. La posición y condición del cuerpo indicaban que Walter no había luchado, sino que había sido sorprendido por su atacante. La impresión era que, puesto que no se había forzado la entrada de la casa, el asesino tenía que ser alguien conocido de Walter a quien éste había dejado pasar al salón.
Era posible incluso que Walter hubiera invitado al asesino. En la mesa de una sala contigua había una botella de cerveza, dos vasos grandes, y uno pequeño con whisky. Uno de los vasos de cerveza se había volcado y la cerveza había manchado el mantel. El otro vaso grande contenía aún cerveza. El de whisky era de Walter. Sus nietos dijeron que él nunca bebía cerveza; prefería whisky, que siempre bebía en el característico pequeño vaso verde de la mesa.


Los detectives pudieron tomar la huella digital dejada por un dedo pulgar en el vaso de cerveza volcado sobre la mesa. Había también varias colillas en el cenicero. Puesto que Walter no fumaba, se supuso que los cigarrillos habían sido fumados por el asesino.
Hay que recordar que el hecho ocurrió en 1939. Los análisis de saliva para identificar el grupo sanguíneo no eran práctica común entonces, y tampoco eran aceptados como evidencia por los tribunales. A pesar de eso, Scotland Yard hizo que se analizaran las colillas. Fue así que supieron que la persona que fumó los cigarrillos pertenecía a un grupo sanguíneo poco común, encontrando solo en el tres por ciento de la población.

En el piso del salón, los detectives encontraron una tenacilla de las que usan las mujeres para el cabello que no pertenecía la nieta de Walter. Encontraron también un cartucho de papel corrugado, tal vez usado para ocultar el arma, que posiblemente fuera martillo. El motivo del asesinato parecía ser el robo. Se sabía que Walter siempre tenía dinero a mano. En su ropa no se encontró ni un billete, como tampoco tenía su reloj ni sus anillos. Una caja de seguridad situada en el salón había sido abierta con una llave que Walter siempre llevaba consigo. El contenido de la caja de seguridad, en donde se suponía que hubiera cierta cantidad de dinero, faltaba por completo.

Los detectives tomaron las huellas digitales de todos los involucrados.
Ninguna coincidía con la del vaso de cerveza. Se recorrieron las  lavanderías en un intento por localizar a un cliente que hubiera llevado ropa manchada de sangre a lavar. No se descubrió nada relacionado con el crimen.
La masiva investigación llevada a cabo en Boournemounth se convirtió en el principal tema de conversación de la comunidad. Todo el mundo discutió el caso. Fue de esa forma que los detectives se enteraron de la existencia de un hombre que no tenía un centavo el día antes del crimen y que disponía de mucho dinero después del asesinato.

Joe Williams era un viejo  y rudo soldado retirado que había pasado la mayor parte de la carrera militar en la India. Tenía 69 años de edad y vivía en la más abyecta pobreza, en una vieja casa ruinosa e hipotecada. Lucía como Ichabod Crane y con frecuencia actuaba de manera irracional, particularmente cuando le provocaban.
Joe fue interrogado por lo mejor de Scotland Yard y se mostró del todo renuente a cooperar. No dejó que le tomaran la huella dactilar y, desafiante, juró que la última vez que había visto a Walter había sido el 17 de mayo, cuatro días antes del asesinato. En esa ocasión, Walter le había invitado a pasar y a beber. Joe admitió que le había pedido un préstamo a Walter, pero que Walter sólo le dio cinco libras esterlinas, que había sacado de su caja de seguridad.

Los detectives de Scotland Yard estaban seguros de que Joe Williams era su hombre. Localizaron la taberna preferida de Joe y se sentaron a beber junto al sospechoso. Sin que Joe se diera cuenta, tomaron algunas colillas dejadas por él y las hicieron analizar. El grupo sanguíneo de Joe coincidía, sin la menor duda, con el poco común grupo sanguíneo del hombre que había fumado los cigarrillos en el salón de Walter.
Los detectives registraron la sucia casa de Joe. Encontraron cartuchos del mismo tipo dejado por el asesino en la escena del crimen. Se localizó el lugar en que se hacían esos cartuchos y el fabricante ratificó que eran de la misma fábrica. En realidad, debido a que la máquina usada para el papel era ya obsoleta, pudieron detectar la máquina exacta que los había fabricado. Pudieron probar también, sin lugar a dudas, que el cartucho dejado en la escena del crimen y uno encontrado en la casa de Joe había salido de la misma máquina, en orden consecutivo. Los bordes en forma de sierra de la parte superior de los cartuchos, comparados científicamente, probaron que esto era así.

La tenacilla encontrada en la mansión de Walter fue considerada una pista remota, pero resultó ser inapreciable. La tenacilla era de un tipo antiguo y ya no se fabricaba. Scotland Yard supo que Joe había estado casado años atrás. Su esposa le había dejado, pero la policía tuvo éxito en localizarla. A ella no le fue difícil identificar la tenacilla como suya. Aún usaba tenacillas del mismo tipo y gustosamente se las mostró a la policía. Los detectives concluyeron que Joe había dejado la vieja tenacilla y el otro vaso de cerveza para que la Policía creyera que una mujer estaba involucrada en el asesinato.
Cuatro meses después de la tragedia, los investigadores estimaron que contaban con abundante evidencia circunstancial, como para considerar a Joe culpable. El no pudo explicar satisfactoriamente la procedencia de  la gran cantidad de dinero que tenía después del asesinato, limitándose a decir a los interrogatorios que había tenido mucha suerte en las apuestas en las carrearas de caballos. La huella del pulgar de Joe coincidía con la del vaso de cerveza, pero Joe se defendió diciendo que la había dejado el 17 de mayo, cuando Walter lo invitó a beber, nadie le creyó, Joe Williams fue arrestado y juzgado por el  asesinato de Walter Dinivan.

En octubre de 1939, un jurado inglés concluyó inexplicablemente que Joe Williams era inocente. El  sonrió y bromeo con los guardias cuando salió del tribunal, era un hombre libre.
José Williams vivió 12 años mas, hasta marzo de 1951, fecha en que falleció apaciblemente, en su lecho. Al día siguiente, el reportero Norman Rae reveló en el periódico News of the World (Noticias del mundo) algo que él sabía desde hace 12 años. Joe Williams era culpable del asesinato de Walter Dinivan. La noche de la absolución, Joe había tomado algunos tragos en compañía del reportero para celebrar. Entonces le dijo a Rae: “Yo lo hice” El jurado se equivocó, fui yo… Joe incluso brindó por el verdugo con estas palabras: “Por el verdugo que ha sido burlado por su víctima”.

Joe procedió entonces a relatar todos sus pasos en la Villa, revelando detalles que sólo el asesino podía saber. Nada podía hacerse sobre la confesión. Las leyes anti difamatorias impedían que Rae escribiera el relato. Joe había sido juzgado y absuelto. No había razón técnica alguna para juzgarlo de nuevo y, habiendo sido absuelto, Joe Williams no podía ser juzgado de nuevo por el mismo delito.


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